divendres, 22 de juny del 2012

El Amor, remedio de patologías sociales y eclesiales

José Antonio Vázquez Mosquera, Religión Digital, 22 de junio de 2012

Una de las constataciones de las ciencias sociales, en especial de la psicología en sus diversos enfoques, es la existencia de una patología colectiva en la sociedad humana. La sociedad está enferma, nos dicen los psicólogos humanistas, y creo que con mucha razón.

Naturalmente no se trata de negar los numerosos avances de la sociedad en muchos campos (y también retrocesos en otros), sino de constatar que, a pesar de ellos, y en ocasiones, a causa de ellos, la sociedad sigue estando en situación de tener que mejorar mucho, de humanizarse mucho más.

Algunos psicólogos y psiquiatras han señalado al odio hacia uno mismo como el centro de todo lo patológico en nuestras sociedades, odio que luego se proyecta contra los demás.

E. Fromm hablaba de la existencia, en nuestra sociedad, de una cultura necrófila, es decir, que “odia la vida”, buscando el control neurótico sobre ella, hasta el punto de sofocarla.Claudio Naranjo nos señala la desconfianza que nuestra sociedad, en gran medida autoritaria, patriarcal, racionalista, mercantilista, burocrática… tiene hacia la naturaleza humana. Dice que, en la base de una parte de nuestra cultura, habría una negación de que la bondad y la virtud están en el fondo de lo humano, y por ello, se buscaría el castigo y el control del otro y de uno mismo, más que el cuidado, la promoción y el desarrollo de nuestras posibilidades. W. Reich denominó a esta actitud “la peste emocional”, una enfermedad debida a una carencia infantil de amor, como la neurosis, pero que, se diferencia de ésta, en que afecta a nivel social y no sólo individual. Sería un intento enfermizo de superar la propia neurosis, aliándose con lo enfermizo de ella, para superar la angustia que genera, imponiendo a los demás nuestra visión deformada de la realidad. El enfermo de peste emocional es un promotor de la represión contra todo lo que sea saludable, espontáneo, amoroso o lleno de vida, pues, en el fondo, odia la vida y al ser humano, desarrollando así un sadismo sutil contra los que ve más sanos, cuyo dolor le calma momentáneamente la angustia y el malestar interno. Desgraciadamente, es inconsciente de su actitud. El modo habitual de actuar del “enfermo de peste emocional” es sembrando el miedo y la desconfianza sobre los demás, lo que constituye la raíz del odio al otro. La difamación es su manera habitual de actuar, difamación que precede a la agresión directa cuando la enfermedad es grave. El fascismo o el estalinismo son ejemplos paradigmáticos de sociedades dominadas por esta enfermedad.

En cualquier caso, creo que no hay que demonizar esta enfermedad. En el fondo de ella, como en todo lo humano, está el anhelo de amor, esta patología sería un modo, desordenado y muy perjudicial, de intentar alcanzar ese amor, que es nuestra verdadera naturaleza y lo que todos deseamos vivir. Hemos de ayudar al enfermo, sabiendo que, al liberarse de la enfermedad que le bloquea, surgirá de nuevo el amor, que estaba reprimido por el odio a sí y a los demás. Dicen en el zen que un gran bloque de hielo produce mucho más volumen de agua al derretirse que el volumen del hielo original.

Podría pensarse que lo que estos psicólogos han constatado son los efectos sociales y emocionales de lo que los cristianos llamamos pecado, es decir, el daño que ha sufrido nuestra naturaleza bondadosa a causa de un amor desviado dirigido, no hacia Dios, hacia el misterio más profundo que está en nosotros, sino hacia otros objetos a los que damos más importancia (el ego, el poder, el dinero, el prestigio…), rompiendo así nuestra armonía y unidad interna. Este amor desordenado nos desordena, nos fragmenta y nos convierte en generadores de desorden y daño.

La patrística cristiana decía que hemos perdido la semejanza con Dios (la vivencia del amor) y la imagen de Dios en nosotros, nuestra naturaleza (la libertad), está dañada, si bien, no hemos perdido la bondad original que somos. El monacato, los caminos contemplativos, son precisamente caminos para recuperar esa imagen y semejanza perdidas, el amor y la libertad; son terapias para sanar la peste emocional que nace del odio a nosotros mismos, a la vida y a los demás.

Por desgracia, también puede constatarse el efecto de la “peste emocional” en los ámbitos eclesiales, en ocasiones (y sorprendemente) de modo más acusado que en otros ambientes. Como siempre, los enfermos de peste emocional se dirigen a atacar aquellos “lugares” o “grupos” donde se percibe puede haber más vida, más luz, intentando impedir que esta vida y discernimiento saludables se difundan. Me voy a fijar en varios ámbitos eclesiales en los que constato que parece centrarse más el ataque de esta enfermedad.

Por un lado, una actitud o “sensiblidad” enfermiza, muy frecuente en ciertos ámbitos eclesiales, es la descalificación a todo lo que provenga del Magisterio y de la jerarquía eclesial, sin matices. Se intenta hacer creer que la jerarquía y el magisterio son malignos en sí mismos, se les intenta presentar como enemigos de la libertad y de la razón, no se reconoce la riqueza de matices y de puntos de vista, que en los documentos del magisterio se expresan, ni se reconoce la labor de la jerarquía al servicio de la Iglesia y de la sociedad, en especial, de los más pobres. Naturalmente puede ser legítima una crítica a determinadas actitudes o posturas y a determinadas actuaciones, lo que creo que no es de recibo, es injusto, es la descalificación global, la generalización demonizadora del otro. Y ahí es donde se percibe la labor de la peste emocional.

Más extendida ahora en los ámbitos que más ruido hacen en la iglesia, es la postura o “sensibilidad” que pretende presentarse como ultraortodoxa, y muy defensora de la jerarquía y el magisterio, siendo en realidad muy crítica de muchas de las orientaciones del magisterio actual, aunque disimulen su actitud crítica con una pretendida declaración de ortodoxia y una llamada continua a la persecución contra los “no ortodoxos”, según ellos, imagino que para distraer la atención hacia lo que, según su propia visión, habría que llamar su “heterodoxia”, debida, en este caso, a la influencia, en muchos casos, del pensamiento ultraderechista. No se trata de negar la posibilidad de una legítima crítica, sino de señalar la actitud poco transparente de quien pretende ocultar las verdaderas razones e influencias de su pensamiento.

Uno de los ataques más frecuentes, que realiza esta corriente, es la descalificación del “diálogo interreligioso”, dirigiendo a cualquier iniciativa en esa dirección los epítetos más insultantes. Ante estos ataques habría que recordar, como dice Benedicto XVI que “desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica ha dado especial relieve a la importancia del diálogo y la colaboración con los miembros de otras religiones”. Una muestra de la importancia dada a estas iniciativas han sido las reuniones de Asis para orar juntos miembros de diferentes religiones. Además, como señala el papa: “Este tipo de diálogo necesita llevarse a cabo en distintos niveles y no se debería limitar a discusiones formales”. (Discurso del papa en su viaje a Inglaterra). Animando a realizar un diálogo de oración, de vida juntos, de acción y de compromiso conjunto por la paz y la justicia.

En este ataque contra todo diálogo interreligioso se olvidan los matices dados por el magisterio, en orden a realizar un adecuado y saludable discernimiento, y se olvida todo lo que en los textos del magisterio se refiere a lo positivo que se encuentra en las otras religiones o espiritualidades. Es curioso cómo se demoniza el uso de técnicas de meditación de origen oriental, contradiciendo así la legitimidad en su uso, con discernimiento claro, que fue aceptada por el actual papa cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Así se expresaba el entonces Cardenal Ratzinger: “ No se deben despreciar… por el mero hecho de no ser cristianas”.(Orationis Formas n.16). Y el hecho de que deban ser discernidas “no impide que… puedan constituir un método adecuado para ayudar a la persona a hacer oración” (Orationis Formas 28).

También se demoniza todo tipo de ayudas provenientes de espiritualidades y terapias diversas que han ido surgiendo en Occidente, tras el contacto con Oriente y el desarrollo de la psicología. Se descalifican como provenientes del movimiento de la Nueva Era y se rechazan sin discernimiento. Sin embargo el documento elaborado por los Pontificios Consejos de la Cultura y del diálogo interreligioso (Jesucristo, portador del agua de la vida) señala en el punto 6.2: “se ha abusado del término Nueva Era para demonizar a ciertas personas y prácticas…lo que cuenta es la relación de la persona, el grupo, la práctica… con los principios del cristianismo”. Es decir, nada de descalificaciones en bloque, sino un discernimiento en cada caso de si la praxis o metodología se realiza de acuerdo a la visión cristiana o no.

Otros se escandalizan de que el conocimiento de las otras religiones nos lleve a redescubrir el valor de la propia tradición, pero se olvidan de que el propio Papa Juan Pablo II así lo señalaba en Novo Millennio Ineunte n.56: “No es raro que el Espíritu de Dios que sopla donde quiere, suscite en la experiencia humana universal signos de su presencia, que ayudan a los mismos discípulos de Cristo a comprender más profundamente el mensaje del que son portadores”.

Otro de los ámbitos que también sufren la frecuente descalificación de estos católicos, muchas veces cercanos a la ultraderecha, es la vida religiosa, uno de los “lugares” de la Iglesia con más vida, como recordaba la Lumen Gentium (n. 47), y por tanto, que es objeto de mayor ataque de la plaga emocional. En especial, son objeto de ataque los monasterios contemplativos, uno de los corazones de la Iglesia.

Se descalifica cualquier acción pastoral que realicen los monjes, como si fuera impropio de ellos, desconociendo así la historia del monacato, que siempre ha realizado una labor legítima de apostolado y caridad (como se reconoce en el n.9 de Pecfectae Caritatis), si bien no sea ésta su labor principal y sí una posibilidad siempre válida. Incluso una orden dedicada íntegramente a la contemplación como la orden cisterciense de la estrecha observancia permite en sus constituciones que un monje realice labores pastorales con permiso de su abad (Estatuto 31 A).

Se critica también que los monasterios compartan su carisma con los laicos, cuando es algo que la “exhortación apostólica Vita Consecrata” pide en su número 55: “estos nuevos caminos de comunión y colaboración (con los laicos) merecen ser alentados”. Admitiendo incluso que los religiosos, con permiso de sus superiores “puedan participar con formas específicas de colaboración en iniciativas laicales” (Vita Consecrata 56).

Además en el n.102 se dice: “el diálogo interreligioso forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia, los Institutos de Vida Consagrada no pueden dejar de comprometerse en este campo”. Pide así la exhortación que los religiosos colaboren con personas de otras religiones o creencias en diversos ámbitos, también en la defensa de la justicia y la paz.

Este diálogo como señalaba Benedicto XVI en Asis no se realiza solo con los creyentes de otras religiones sino también con “personas a las que no les ha sido dado el don de poder creer y que, sin embargo, buscan la verdad, están en la búsqueda de Dios”… “Estas personas buscan la verdad, buscan al verdadero Dios, cuya imagen en las religiones, por el modo en que muchas veces se practican, queda frecuentemente oculta”. Como señala el Papa no se trata sólo de orar juntos sino que “Se trata más bien del estar juntos en camino hacia la verdad, del compromiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia destructora del derecho”.

R. Panikkar ya comentaba la tendencia, por parte de algunos, a impedir la evolución de lo monástico, como una tensión que se daba actualmente en todas las religiones, no sólo en la católica. Es una muestra de la importancia que todavía tiene el monacato en las religiones y de su carácter benéfico y vivificador. La mejor muestra de ello es el ser atacado por los enfermos de la plaga emocional que tienen una especial intuición para detectar donde se da la vida y acudir allí a oponerse. Decía Panikkar: “me refiero a la tendencia a mantener las viejas instituciones monásticas como piezas de museo e impidiendo su evolución, ya que evolucionar es algo considerado como una traición… resulta problemático y por último anula su mismo propósito, si se hace desde el exterior, como un resultado de presiones más o menos sutiles”. Thomas Merton también habló en su momento de la existencia de algunos que creían que el monje debía ser una especie de robot religioso que se limitara al cumplimiento de las normas eclesiásticas, en realidad, lo más contrario al espíritu del monacato, espíritu de libertad y parrhesia.

¿Cómo curar la plaga emocional?

El enfermo de la plaga emocional ha llegado a ese estado por haber establecido una relación con alguien significativo de su infancia, en la cual no fue aceptado, no fue respetado ni amado verdaderamente. Para curarse necesita poder establecer una relación terapéutica en la que sienta que se le acepta y se le respeta, a la vez, que se mantienen los límites de ambos. Se trata, pues, de mantener una actitud que podríamos llamar asertiva, es decir, que respete al enfermo, le muestre su dignidad y derechos, a la vez, que se defienden los propios derechos sin atacar la dignidad del otro. Por otro lado, también sería necesaria una actitud empática, que se alíe con su sufrimiento y se ponga en su lugar, dándonos cuenta de la angustia y dolor, además del anhelo de amor y respeto, que hay debajo de sus actitudes antisociales. Confiar en la naturaleza positiva del ser humano es algo muy importante para poder sostener estas actitudes contra ataques en ocasiones agresivos e injustos de estos enfermos. Pero caer en una actitud de huida o de agresividad ante ellos no sanará a este enfermo que puede generar mucho daño para sí y para la sociedad. El Amor, como siempre, un amor ordenado e inteligente, es el único remedio de esta patología, cuya presencia es tan frecuente todavía entre nosotros.

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