dissabte, 17 de setembre del 2011

Reflexión de un jornalero

El Amo pasó por la plaza a primera hora y se llevó a los más fuertes .
Pasó a media mañana y contrató a otros más, los más sanos.
Al mediodía, se acercó de nuevo y fueron con El otros más.

Quedaban sólo los mismos de siempre: los viejos, los débiles, los achacosos, mujeres paliduchas con niñitos a sus espaldas... Ni siquiera volvían a casa. Se quedaban en la plaza sumidos en la tristeza por no poder obtener aquel jornal, tan necesario para comer.

Contra toda razón, volvió a pasar el Amo a media tarde y se llevó con él a un buen grupo.
Los otros, se quedaron ahí sentados, muchos de ellos esperando que la suerte les permitiese morir al oscurecer y les ahorrase la pena de enfrentarse a otro día perdido.
Pero pasó lo inesperado. Justo una hora antes de la puesta del sol, vino el Amo de nuevo y recogió en su furgoneta a todos los que habían quedado.

Los más débiles de los trabajadores, faenaron solamente una hora, y, al final del día, cobraron el jornal los primeros. ¡Jamás nadie les había dado el sueldo de un día por una sola hora de labor!

Hubo algo de bronca, porque los más fuertes, los más productivos, estaban ya esperando una paga extra, vista la generosidad del Amo y la cantidad de trabajo que ellos habían hecho a lo largo del día. Pero no fue así.

Los más débiles entendieron que el Amo no pagaba el trabajo realizado, sino la voluntad de trabajar para El.

De hecho, yo lo entendí cuando supe que el Amo solía visitar en sus casas a los más ancianos, a los inválidos, a los irremediablemente enfermos, a los que no resistían la más mínima fatiga... también a aquellos que algún día recibieron la etiqueta de "pecadores" y ya no podían estar con los otros en la plaza. Pasaba largos ratos con ellos y, por poco que expresasen cuánto desearían trabajar para El, les regalaba también a ellos el jornal entero... y, bueno, yo creo que quizás algo más.

¡Qué suerte tener a este Amo!

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