divendres, 23 de desembre del 2011

Navidad: una reflexión actual



Esto es nuestra fiesta, esto celebramos hoy: la venida de Dios a los hombres para que nosotros nos acerquemos a Dios o, más propiamente, para que volvamos a Él, para que despojados del hombre viejo nos revistamos del nuevo y muertos en Adán, vivamos en Cristo [...] 

Celebramos, en suma, la fiesta. No una fiesta pública, sino divina; no mundana, sino por encima del mundo, no nuestra fiesta sino la del Señor. No las cosas de nuestra enfermedad, sino las de nuestra curación, no las de nuestra creación, sino las de nuestra restauración.
¿Cómo es esto? No enguirnaldaremos los zaguanes, ni organizaremos danzas, ni adornaremos las calles, ni ofreceremos placer a los ojos, ni nos deleitaremos con cantos, ni afeminaremos nuestro olfato, ni prostituiremos nuestro gusto, ni agradaremos al tacto: todas estas cosas son caminos fáciles para el alma y veredas que conducen al pecado. No nos daremos a la molicie con vestidos delicados y sedosos, tanto más caros cuanto más inútiles, ni con el brillo de las piedras preciosas o el oro, ni con artificios y colores que falsean la belleza natural y han sido diseñados contra la imagen de Dios. No con orgías y borracheras, a las que, a ciencia cierta, se añaden el libertinaje y la insolencia, pues de sórdidos maestros proceden enseñanzas sórdidas o, dicho de otra forma, malas semillas dan frutos perversos. No construyamos altos lechos que den cobijo en nuestro vientre a la molicie. No estimemos con exceso los aromas del vino, los encantos del arte culinario y los ungüentos costosos. Que la tierra y el mar no nos brinden estiércol caro –por tal tengo yo el lujo-. No rivalicemos unos contra otros por ver quien aventaja a los demás en destemplanza, entendiendo que yo juzgo intemperancia cuanto sea inútil y falto de provecho. Y todo ello mientras otros, formados del mismo barro nuestro y con nuestra misma composición, pasan hambre y fatiga a causa de su pobreza.

Nosotros, sin embargo, dejamos todas estas cosas a los griegos, al lujo y las fiestas helenas. Ellos dan el nombre de Dios a seres que se regocijan con el olor de los sacrificios y por tanto, en buena lógica, adoran lo divino con el vientre. ¡Desatinados escultores, sacerdotes y adoradores de horribles divinidades!. Nosotros por el contrario, como adoramos al Logos, cuando debemos gozar lo hacemos con la palabra y con la ley divina y, muy particularmente, con las explicaciones correspondientes a la fiesta de hoy, de suerte que en manera alguna queden nuestras delicias lejos de Aquel por quien fuimos llamados.

Gregorio Nacianceno

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