diumenge, 27 de novembre del 2011

¿Para qué sirve un hipopótamo?


Juan María Tellería Larrañaga

http://www.lupaprotestante.com, 27-1-2011

de Juan María Tellería Larrañaga, profesor y decano del CEIBI (Centro de Investigaciones Bíblicas), Facultad de Teología Protestante.

Contempla ahora a Behemot, a quien hice igual que a ti (Job 40, 15).

Lo sé. Si me atreviera a plantear esta misma pregunta a un amigo que tengo, que no solo es un cristiano convencido, sino un excelente biólogo profesional y vocacional, seguro que no le haría demasiada gracia. Más aún, me daría una respuesta amplia y detallada sobre la importancia del hipopótamo en el ecosistema africano, de tal manera que me quedaría más que convencido de su valor y su incidencia en otras formas de vida.
En realidad, lo mismo sucedería si le preguntara para qué sirve un león, un águila, una gacela, un asno salvaje, un avestruz, un caballo o un cocodrilo. En una palabra, los animales que aparecen en los capítulos 38-41 del libro de Job, aquellos que contienen la intervención divina y la respuesta que da Dios a los interrogantes de aquel antiguo patriarca. O mejor dicho, la respuesta que NO da Dios a aquellos interrogantes. En realidad, les da otra muy diferente de la que Job probablemente esperaba. Y lo más importante de todo: una respuesta que sigue siendo válida para nosotros hoy frente a la gran pregunta, la misma que en su día se planteaba Job: ¿por qué sufrimos? O personalizándola un poco más: ¿por qué sufro (se entiende, yo, que no lo merezco)?
El libro de Job, como todo el mundo sabe, está en su mayor parte compuesto por discursos contrapuestos, un toma y daca entre el patriarca y sus supuestos “amigos”. Estos no dejan de insistir en que el sufrimiento es consecuencia directa de nuestros actos pecaminosos. Si Job ha hecho algo malo, ha de sufrir por ello. En consecuencia, si sufre, es porque habrá hecho algo malo, forzosamente. Tiene lógica, desde luego. Andando el tiempo, esta forma de pensar se iría perfilando todavía más, hasta llegar a aquello de que los sufrimientos pueden ser incluso el producto de culpas heredadas, el famoso ¿Quién pecó, este o sus padres, para que él naciera ciego? (Juan 9, 2). La consecuencia inmediata de una filosofía religiosa semejante es una praxis piadosa motivada únicamente por el interés más egoísta. ¿Para qué sirve la obediencia a Dios? Respuesta: para obtener bendición y alejar los problemas. No eran los antiguos los únicos en pensar de esta manera. Esta filosofía todavía se oye y hasta se predica en más de un púlpito contemporáneo. Por desgracia.

La respuesta que da Dios a Job (y a sus amigos, y a todos nosotros) es, como apuntábamos, de lo más peculiar. Una NO respuesta, a decir verdad. Job quiere saber por qué se ve castigado y maltratado por Dios (¡acusa al Señor de injusticia!); se le responde mostrándole un despliegue de las obras divinas en la creación. Job se plantea para qué sirve el ser fiel a Dios si finalmente, como parece suceder en la vida de cada día, el piadoso sufre y el impío vive a su capricho; se le responde mostrándole una serie de animales pintorescos, entre ellos dos que han suscitado la fantasía de más de un lector de la Biblia y han hecho correr demasiada tinta inútilmente, entendemos: elbehemot y el leviatán, que por sus características parecerían corresponder al hipopótamo y al cocodrilo del Nilo; auténticos monstruos indómitos para los hebreos de tiempos bíblicos, se trata de seres extraordinarios más allá de la utilidad inmediata para el hombre antiguo, y además muy peligrosos, pero que conllevan una gran lección: son extremadamente hermosos a los ojos de su Creador (léase con atención el texto de Job 40, 15 – 41, 34). Y es que el universo está lleno de cosas bellas, de objetos bonitos, incluso de seres vivientes magníficos que carecen de utilidad crematística, que no “sirven” para obtener ganancia alguna o generar riqueza en el sentido moderno de la palabra; entidades que pueden parecer superfluas, “eslabones inútiles” en las supuestas cadenas evolutivas, pero que no lo son, porque su encanto es una constante alabanza al Supremo Hacedor, un recordatorio permanente de la perfección y el amor con que Dios diseña y dirige todas las cosas, incluso las que no comprendemos, las que nos parecen carecer de sentido. Plantearse la fe cristiana como una cuestión de utilidad o de mero interés para las personas, como una buena inversión (celestial, por supuesto, aunque hay quienes incluso la aplican a la esfera terrenal), es lo que el libro de Job llama palabras sin sabiduría y hablar sin entendimiento (42, 3), y corre el riesgo de recibir NO-respuestas como las que el Señor le da al patriarca. Frente a las preguntas de por qué tengo que sufrir si soy tan bueno, para qué sirve ser cristiano, o qué puedo ganar con ser obediente a Dios, un hermoso hipopótamo. Ni más ni menos.

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